martes, 14 de octubre de 2008

Quemando la calle

Espérame en la madrugada, a pie de calle,
cuando comencemos a ser una verdad
que se traslada al otro lado del espejo,
deja que el aburrimiento se desgaste
en la mediocridad del roce que no tiene piel,
y que se caigan los decoros, poro a poro,
junto a la ropa que amordaza a la noche.


Eran dos habitantes dentro de un coche, dos proyectos sin planos que se practicaban por los bares de la ciudad. Ella tenía el discurso del sur retratado en el rostro, pero era el norte el que se le pintaba en los labios, cuando la voz reinaba en su boca, un norte que, para él, estaba mucho más allá del norte de las palabras que se acentúan en los brazos de los abrazos. Él era una propuesta callada, un plan incierto que se debatía en la calma que precede a la velocidad, del redoble del tambor, de una ruleta rusa. No estaban predispuestos de antemano el uno al otro, ni el otro al uno, no se habían empeñado antes de tiempo, se desprendían poco a poco de las capas que tapaban las franquezas vulnerables, y se contaban, casi sin mirarse, los despistes de dos corazones que se vieron desterraros a la tierra de nadie. Bebieron para no emborracharse, cuando decidieron ser parte de la guerra que se invoca desde la revolución, y caminaron hasta un cuarto escondido del mundo, para hacerse de tacto, y prestarse, lengua a lengua, el calor urgente de la respiración.

"Quemando la calle"
© el país de los tejados. chus alonso díaz-toledo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Yo me puedo pedir ella? Es una gozada de texto, Chus, pero de los bonitos bonitos.

Anónimo dijo...

Un beso muy fuerte (se me ha
borrado el de arriba)

Anónimo dijo...

Me encanta. Un beso

Anónimo dijo...

Mi estimado amigo camaleónico, de nuevo debo decirle que sus letras han sido el alimento necesario. Como siempre, tiene mi abrazo, y mi admiración.